Este artículo también está disponible en inglés.
¡Gracias!
La semana pasada, Fidelius se asoció con FBN Ecuador para impartir una clase magistral de todo un día a unas 60 personas, sobre los elementos esenciales de la gobernanza en sistemas familiares y cómo diseñar tu oficina familiar ideal.
Estoy muy agradecido con el Director Ejecutivo Rafael Wong y su equipo por su increíble trabajo organizando y ejecutando el evento. Yo me encargué de todo el contenido, y ellos hicieron todo lo demás… ¡que no es poco! El trabajo de altísima calidad de FBN Ecuador, y su compromiso inquebrantable con servir a su comunidad, son realmente excepcionales.
También quiero agradecer a la Universidad Espíritu Santo (UEES) en Guayaquil por recibirnos en sus modernas y bien equipadas instalaciones, y por el profesionalismo y la excelencia de su equipo… ¡en especial el personal técnico y de apoyo!
Y por último, pero lo más importante, gracias a las familias que participaron y enriquecieron el evento con sus preguntas y comentarios. Me alegra poder llamar amigos a varios de ellos, y pasé tres días maravillosos conversando con otros sobre sus historias y vidas extraordinarias.
Pero hubo UNA cosa
que me llamó la atención
porque aparecía y aparecía,
una y otra vez.
La “brecha generacional”
Escuché repetidamente a familias en las que la generación emergente sentía con fuerza que necesitaba —o quería— vivir vidas distintas y organizarse de maneras diferentes a como lo hace la generación mayor (la que actualmente concentra la mayor parte del poder y la propiedad).
En un caso, G2 (abreviatura de “segunda generación”) ya había sufrido el desgaste en las relaciones familiares, resultado inevitable de muchos años de conflicto leve. G3 estaba cansada de las peleas y la tensión, y los primos querían saber cómo podían tomar un camino distinto sin tener que ponerse del lado de uno de sus padres en sus disputas.
En otro caso, los hermanos de G2 se llevaban TAN bien y de forma TAN hermosa que no tenían reglas reales, acuerdos ni políticas: todo se decidía en segundos con una sonrisa y una comunicación casi telepática entre ellos. ¡Una maravilla de ver! Pero G3 sabía que ese vínculo especial nunca escalaría a más de 20 primos. Su desafío era empezar a crear un conjunto de estructuras, procesos y acuerdos que funcionaran bien en el futuro, sin arruinar el presente maravilloso que sus padres habían construido.
En un tercer caso, G6 estaba asumiendo el control de los negocios de G5 tras casi treinta años de estancamiento. Pero aunque los “jóvenes” de G6 —en sus cincuenta años— manejaban las operaciones, sus padres de G5 aún controlaban casi toda la propiedad. ¿El desafío? Cómo revitalizar y rejuvenecer la empresa sin ofender a sus padres (o tíos/tías, que suele ser más fácil) y sin tener el control total del presupuesto de inversión.
Todas estas familias reflejan un principio fundamental de la empresa familiar (y probablemente de todas las familias):
Cada generación vive en un mundo y unas circunstancias distintas. Cambios geopolíticos. Cambios tecnológicos. Cambios en el nivel de riqueza, éxito y estatus socioeconómico de la familia. Cambios en las relaciones familiares. Incluso cosas tan simples como la cantidad de personas en cada generación, y si son hermanos o primos. Todo cambia.
Cada generación vive la vida de forma distinta.
Eso influye profundamente en su forma de pensar y de tomar decisiones.
Cada generación también observa las decisiones y conductas de sus padres. En algunas cosas están de acuerdo, pero en otras discrepan profundamente. Así que cada generación elige qué cosas copiar de sus mayores y cuáles rechazar.
Cada generación define su vida de forma distinta.
Debes escoger
Ya sea que estés tomando decisiones distintas a las de tus padres, o tengas dificultad para entender por qué tus hijos toman decisiones distintas a las tuyas, tienes básicamente dos maneras de responder:
Opción 1: Las diferencias en las decisiones son un problema. No deberían existir. Debería haber continuidad. El cambio es un rechazo a nuestras decisiones, tradiciones y valores del pasado.
Opción 2: Las diferencias son, en la mayoría de los casos, un aspecto natural y positivo. Son cambios adaptativos y evolutivos que nos ayudan a prosperar en un mundo cambiante. A veces el cambio es un error, pero por lo general lo acogemos con apertura y le damos el beneficio de la duda.
No te sorprenderá que te diga que la sociedad tiende a enseñarnos la opción 1, pero que la opción 2 es más saludable y produce familias más felices y exitosas.
Busca los errores. Corrígelos.
No todo cambio es bueno. Nadie es perfecto. A veces una decisión diferente trae desenlaces claramente peores: más riesgos, peores resultados o más conflicto.
Y aún más importante: no todos los errores generan problemas de inmediato. A veces las consecuencias negativas solo se sienten años, o incluso décadas, después.
Por eso los mayores deben estar siempre atentos a posibles errores o decisiones que empeoren la situación. La generación emergente también. Los ejecutivos de la familia, ya sea en el negocio o en la oficina familiar, también. Y lo mismo los asesores. Todos tenemos la responsabilidad de cuestionar las decisiones que tomamos, en busca de los mejores resultados.
Y cuando alguien —o varios— cree que algo es un error que debe corregirse, TODOS debemos tener la mente abierta para evaluar esa posibilidad con honestidad y estar dispuestos a cambiar la decisión. Debemos resistir la tentación de defender algo solo porque fue nuestra idea, o porque nos gusta.
Recuerda: cada vez que cambiamos algo, obtendremos un resultado mejor o peor. Ambos son posibles en cada caso. Los errores siempre son posibles.
Diferente no significa peor (ni mejor)
Muchas veces, tomar decisiones distintas genera resultados o consecuencias que no son claramente mejores, pero tampoco son claramente peores. Lamento decirte que no siempre es fácil, ni claro.
En esos casos, mi consejo es cambiar cuando quienes quieren el cambio pueden articular una razón de peso para hacerlo. Esa razón puede ser simplemente un deseo o preferencia muy fuerte… no tiene que estar respaldada por estudios científicos ni evidencia contundente.
Pero hay un valor en la continuidad, y también un costo real en implementar un cambio: volver a entrenar el cuerpo y la mente, reeducar a quienes interactúan contigo, cambiar partes de tu identidad o de cómo los demás te perciben, y construir nuevos hábitos y patrones, tanto físicos como mentales.
Así que si “solo parece buena idea” o “parece natural”, pero no puedes explicar claramente una razón de peso para cambiar, no lo hagas. Recuerda que tienes una cantidad limitada de energía y fuerza de voluntad, y hay límites de tiempo y recursos para cuántas cosas puedes cambiar.
Pero si SÍ tienes una razón de peso para cambiar, ¡inténtalo! Sé consciente de los posibles efectos negativos, y si no funciona, revierte el cambio. Pero si sí funciona, habrás innovado y evolucionado con éxito; y ambas cosas son esenciales para tu supervivencia y éxito continuos.
Un consejo
Si yo quiero hacer un cambio, y tú piensas que es mala idea, es MUY fácil convertir ese conflicto en algo personal y caer en una dinámica de ganar-perder. Evita eso.
Tú y yo estamos buscando juntos la mejor opción. Vamos a apoyarnos en nuestros ejecutivos, nuestros asesores y nuestros demás recursos para lograrlo. Pero, sea cual sea la decisión final, será una victoria para los DOS, porque nos habremos involucrado en ese proceso tan importante de cuestionar una decisión y encontrar el mejor camino a seguir.
Juntos.